El hallazgo ayer de los cadáveres del hombre y la mujer desaparecidos eleva a siete las víctimas por la riada
Miguel Asensio intentó poner a salvo a sus nietos al ver que el agua arrastraba su vehículo
La mujer lorquina fallecida fue encontrada en un socavón de la vía del tren en Torrecilla
«¿Qué voy a decirte de Juan? ¿Cómo no iba a tirarse a ayudar si siempre estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por sus amigos? Ha muerto como un héroe». Las emotivas palabras son de Alfonso, amigo de Juan Asensio, el hombre que perdió la vida el pasado viernes al intentar salvar a dos hermanos y a su abuelo, que estaban siendo arrastrados por el agua en la diputación lumbrerense de La Estación, en la zona conocida como Cuatro Caminos.
Juan tenía unos sesenta años. Era albañil. Estaba casado y tenía dos hijos. Era un trabajador incansable y autodidacta. «Le decíamos que era 'Juan Palomo', yo me lo guiso, yo me lo como, porque todo lo que podía hacer con sus propias manos lo hacía. Hasta su casa se la levantó él mismo. Había hecho obras en muchas viviendas de la zona. Era muy conocido por todos aquí en La Estación».
Ayer, a media tarde, los que han convivido con él aguardaban la llegada de su cuerpo al tanatorio Blaymar con la sensación de estar esperando a «un héroe que no pudo celebrar su hazaña. Pobrecico y pobrecica su familia. Logró ayudar a salvar a Marcos, pero el agua no le dio tregua cuando quiso poner a salvo a la niña pequeña y a su abuelo. Ese niño ha vuelto a nacer gracias a Juan».
Marcos y Jessica son los dos menores que iban en el coche con su abuelo, Miguel Asensio, cuando la tromba de agua les sorprendió. Al parecer, y según algunos testigos, el hombre paró el vehículo para tratar de ponerse a salvo. «El abuelo puso al niño junto a la valla para que se sujetara. Juan Asensio estaba detrás de ellos y al ver que estaban en apuros no dudó en ayudarles. Fue a buscar a la chiquilla, pero la fuerza de la riada los arrastró de forma violenta», comenta otro de los vecinos, que asegura que «un ciudadano marroquí ayudó al niño a sujetarse atándolo a una farola con una cuerda».
El cuerpo de la niña y el de Juan Asensio fueron encontrados a última hora de la tarde del mismo viernes, en las inmediaciones de la rotonda en la que fueron arrastrados, mientras que el cadáver del abuelo fue localizado ayer, a media mañana, en una zona pantanosa bastante alejada del lugar donde se produjo el arrastre.
Como muchos abuelos, Miguel había acudido al centro escolar de sus nietos porque estaba lloviendo mucho. Los padres de los pequeños le habían pedido que los llevara a casa con él. Agricultor y ganadero, Miguel estaba prejubilado porque, al parecer, había tenido que ser operado en varias ocasiones. Estaba casado y también tenía dos hijos.
Pocos podían ayer hablar de la muerte de la pequeña Jessica. Al intentarlo, la boca se les secaba y hacían un gesto implorando no tener que contestar a las preguntas de los periodistas. «¡Qué culpa tenía esa niña! ¡Qué mal había hecho para que se haya ido así!», atinaba a decir una comerciante de la zona.
Poco más, sólo una estampa: un oso de peluche sobre una corona de flores aguardaba a mediodía en una floristería del Esparragal.
La pena cruzaba los límites municipales lumbrerenses a primera hora de la mañana. Durante toda la noche, efectivos de la Unidad Militarizada de Emergencias habían estado buscando a una mujer desaparecida en la diputación lorquina de Torrecilla, concretamente en el Camino de Cabalgadores. Poco se sabía salvo que iba en su vehículo cuando la lluvia la sorprendió en una zona donde confluyen varias ramblas. Con los primeros rayos de luz, los rastreos confirmaban la peor de las noticias.
Antonia Campos Ruiz tenía cincuenta años y una hija de 18 años. «La semana pasada había enterrado a su madre y ahora le pasa esto a ella», resaltaba el propietario de una explotación agrícola próxima al lugar donde apareció el cuerpo sin vida de la mujer, junto a la vía del tren, en un tramo próximo al Camino del Ahogador.
El tramo en el que Antonia desapareció no está muy poblado. Hay algunas explotaciones agrícolas y ganaderas pero pocas viviendas. Este hecho hace que resulte más difícil encontrar testigos que corroboren la versión de que la fallecida abandonó su vehículo para tratar de llegar a pie hasta su domicilio, según citaban ayer fuentes oficiales.
El día después
Con sus cuerpos aún húmedos por todo lo ocurrido, las dos ciudades más castigadas por la gota fría, Lorca y Puerto Lumbreras, amanecieron ayer cubiertas de barro y lodo. El campo se llevaba la peor parte, sobre todo las zonas de Torrecilla y Campillo. Las grúas alargaban sus remolques para poder sacar de los bancales las decenas de vehículos que habían quedado sumergidos bajo las aguas. En las viviendas, familias enteras con botas de agua y la ropa más vieja del armario luchaban contra el embalsamiento de tierra que había dejado como mal recuerdo la riada.
La lista de tareas era larguísima: vallas que levantar, troncos de árboles que quitar, muebles que tirar, tendidos eléctricos que recuperar, caminos que desalojar y mucho, mucho desconsuelo que apaciguar. «Nos estamos encontrando con gente que no sabe muy bien qué tiene que hacer porque está sin agua y sin luz. Estamos haciendo lo que podemos, pero es que hay mucha gente a la que atender y hay que acudir según la gravedad de cada caso», comentaba uno de los miembros del servicio de emergencias.
A nivel municipal, los operarios de limpieza de los Ayuntamientos de Lorca y Puerto Lumbreras, así como empresas privadas contratadas se afanaban en limpiar los imbornales y achicar agua de zonas especialmente conflictivas. En algunos puntos del campo de Lorca se hizo necesaria la ruptura de tramos de muro y vía para dar salida al agua estancada. Los trabajos continuarán durante toda la semana con la ayuda de la UME.
Los camiones con autobombas y embarcaciones recorrieron ayer todo el municipio lumbrerense porque acceder a determinados parajes era prácticamente imposible. A los propietarios de viviendas más aisladas y que se habían visto afectados se les aconsejó que buscaran realojamiento en casa de familiares o amigos. Muchos lo hicieron, pero la inmensa mayoría prefirieron quedarse en sus casas para acelerar las labores de limpieza y tratar de recuperar cuanto antes la ansiada normalidad.
Fuente: http://www.laverdad.es/
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