lunes, 17 de septiembre de 2018

LAS PROFANACIONES COMO ARMA PSICOLÓGICA.



LAS PROFANACIONES COMO ARMA PSICOLÓGICA.
Salvador Fontenla Ballesta

La profanación de los cadáveres enemigos es una tradición que introduce sus raíces en los tiempos históricos más remotos. Homero narra, en la Ilíada, que en la guerra de Troya (siglo XII a.C) los guerreros profanaban los cadáveres de sus enemigos, de la forma más cruel posible, para humillarlos, vengarse por los agravios recibidos y atemorizar a futuros adversarios.
 
Omar Ibn Hafsún era descendiente de una familia noble hispanorromana, pero su abuelo se islamizó. Omar capitaneó un alzamiento de españoles, en el año 879, contra la dinastía extranjera de los Omeya, con sede en Córdoba, con la intención de recobrar la libertad y la independencia arrebatadas con la invasión árabe del 711. Sus huestes estuvieron formadas por muladíes (cristianos convertidos al islam) y mozárabes (cristianos).
La rebelión consiguió establecer un reino, con epicentro en Bobastro (Málaga) y de fronteras variables, que sostuvo su independencia durante 49 años.
Ibn Hafsún proclamó, en el año 899, el retorno a la fe cristiana de sus mayores, se bautizó con toda su familia y tomó el nombre de Samuel, hasta que falleció de muerte natural en el 917. Sus hijos continuaron la resistencia hasta que capitularon en el 928 y reconocieron la autoridad del califa Abderrahmán III, que decidió profanar el cadáver de su odiado enemigo. Así lo relata el cronista árabe Ibn Hayyan:
A exhumar sus restos (de Samuel Ibn Hafsún) de su reciente enterramiento, donde el maldito cadáver fue descubierto enterrado indudablemente a la usanza cristiana, pues se le encontró echado sobre la espalda, con los brazos sobre el pecho, como hacen los cristianos… Abderrahmán III ordenó sacar de su tumba al perverso cadáver y llevar los malvados e inmundos miembros a Córdoba, para ser izado en el más alto madero… La orden fue cumplida, alzándose el cuerpo del maldito (Samuel) en un alto madero, entre dos de sus hijos crucificados allí anteriormente, aunque su madero era más alto, para amonestación de espectadores y satisfacción de musulmanes. Los maderos permanecieron allí desde que llegaron, hasta que se los llevó una crecida del río.
La hija de Samuel, Santa Argentea, fue virgen y mártir al negarse a renegar de la religión cristiana. Su culto se celebra el 13 de mayo, fecha de su martirio, en el año 931.

Vlad el Empalador, más conocido como Drácula (1431 – 1476), efectuó ejecuciones masivas por empalamiento, e hizo lo mismo con los cadáveres de sus enemigos vencidos, que dejaba expuestos a la intemperie, para escarnio y atemorizar a sus enemigos.
Las profanaciones de cadáveres pueden tener efectos paralizantes sobre combatientes poco curtidos. Siempre ha sido tradición militar española no dejar a ningún soldado sobre el campo, y fue el principal motivo que inspiró a Millán Astray, fundador de la Legión, para redactar el espíritu de compañerismo de su Credo: con el sagrado juramento de no abandonar jamás a un hombre en el campo hasta perecer todos.

Estas bárbaras costumbres, a pesar de lo que pudiera creerse, no han sido desterradas de la perfidia humana, ni siquiera en la civilizada Europa.

Los revolucionarios de la Revolución Francesa, en el siglo de la Ilustración, después de decapitar al rey Luis XVIII y a su mujer María Antonieta, desenterraron los restos cadavéricos de los que habían sido sus reyes durante más de doce siglos (merovingios, Francisco I, Luis XIV, etc.), los arrojaron a una fosa común, destrozaron inscripciones, lápidas y monumentos, muchos de ellos obras de arte de la escultura francesa.

Estas profanaciones sirvieron de modelo a los bolcheviques de la Revolución Rusa, que después de ejecutar también al zar Nicolás II, a su mujer e hijos (menores de edad), vaciaron las tumbas de las criptas de las iglesias ortodoxas y católicas, incluidos los santos, para arrojarlos en fosas comunes en los cementerios de las respectivas poblaciones. Las iglesias fueron reconvertidas en museos, discotecas, gimnasios, cocheras, etc.
Los moros en nuestras campañas en el Protectorado marroquí (1907 – 1927) acostumbraban a profanar a los muertos con mutilaciones.

Las revoluciones españolas, de 1934 y 1936, también siguieron las estelas de las revoluciones francesa y bolchevique, sobre todo de esta última, que fue su verdadero paradigma. Pues además de los crueles asesinatos de religiosos y católicos, las iglesias se profanaron, desenterraron las tumbas de las iglesias (como hay abundantes muestras gráficas), las incendiaron y saquearon, perdiéndose obras de arte de gran valor artístico, histórico y económico, que superaron, con mucho, el expolio de los ejércitos napoleónicos y británicos de nuestra Guerra de la Independencia.

Se puede afirmar, en conclusión, que la profanación de cadáveres no es una costumbre extinguida, por bárbara que sea, porque sigue teniendo las mismas finalidades de la guerra de Troya y de los sanguinarios Abderrahmán III y Drácula: amonestación de espectadores y satisfacción de seguidores. Siempre son actos de carácter ignominioso y de venganza contra enemigos, más satisfactorios cuánto más odiados sean.