Fue como una boda antigua, como uno de aquellos casamientos entrañables de nuestros abuelos, cuando el pueblo entero se echaba a la calle y los balcones se abrían de par en par para vitorear a los novios. Así ocurrió el sábado junto a la playa de Garrucha: José Ramón Galera ‘El Rubio’, albañil de 63 años, y Juana León ‘La Pelá’, de 53 años y de profesión sus labores, se dieron el sí quiero, como unos principiantes, tras 38 años de relaciones, en el insigne salón de plenos del Ayuntamiento. Ofició la ceremonia civil la concejala Paula Giménez, ante un buen número de vecinos que llenaban la sala y que no terminaban de creerse del todo una ceremonia tan esperada entre dos vecinos tan conocidos y apreciados de la localidad. Instantes antes, la novia había paseado por el viejo Malecón del brazo del padrino, Francisco Ubeda, con su vestido marfil y el pelo recogido, junto a garrucheros tan asiduos a las bodas como Juan Antonio ‘Jatollo’ o Isabel La Ramalla. Faltaban minutos para las siete de la tarde, el día lucía espléndido y la mar parecía un espejo. Dentro esperaba José Ramón, con su camisa verde de cow boy, sus ojos azules y su pelo de armiño. Junto al Rubio, un tipo cotidiano en las calles de Garrucha, estaba la madrina Angela López ‘Periquilla’. Hubo aplausos cuando entró la novia por el portón de la Plaza Pedro Gea. Hacía calor, mucho calor, a pesar de la brisa marina. Sabían José Ramón y Juana que por fin estaban sellando algo que principió cuando aún no había llegado la televisión en color a los hogares, cuando las calles de Garrucha aún eran de tierra y no había más bares que El Pósito, El Hogar y el Katanga. Llegó el momento de la emoción contenida en el que bueno de ‘El Rubio’, con muchos nervios, trataba de introducir la alianza en el anular de Juana. Y se acordaría, seguro, de lo que tuvo que batallar con su suegra, Anica, para conseguir por fin emparejarse con Juana e irse a vivir juntos a su casa en la Baja Yesera, en el corazón del Barrio Pimentón. Salieron los novios del salón a la Plaza, aclamados por la multitud, agasajados por una lluvia de arroz (ocho kilos en canal) y de papelillos, que alfombraron el mármol de Macael de la flamante plaza Pedro Gea. Niños con sus vestiditos de domingo le hicieron pasillo y agitaron sus pañuelos como si en el Palacio de Versalles se encontraran los recién desposados. Y así, seguidos por el pueblo sencillo de Garrucha, cogidos del brazo, se encaminaron José Antonio y Juana por la calle Rambla arriba hasta llegar al Pimentón, donde se había desplegado desde primeras horas de la tarde el agasajo, con mesas corridas repletas de bandejas con gloria bendita para todos los asistentes al bodorrio del año en Garrucha. Más de 600 vecinos de todas las edades y condición participaron en este convite con aroma a la Garrucha antigua, a la que se está perdiendo y que el sábado revivió por unas horas en todo su esplendor.
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