LAS PROFANACIONES COMO ARMA PSICOLÓGICA.
Salvador Fontenla Ballesta
La profanación de los cadáveres enemigos es
una tradición que introduce sus raíces en los tiempos históricos más remotos.
Homero narra, en la Ilíada, que en la guerra de Troya (siglo XII a.C) los
guerreros profanaban los cadáveres de sus enemigos, de la forma más cruel
posible, para humillarlos, vengarse por los agravios recibidos y atemorizar a
futuros adversarios.
Omar Ibn Hafsún era descendiente de una familia
noble hispanorromana, pero su abuelo se islamizó. Omar capitaneó un alzamiento
de españoles, en el año 879, contra la dinastía extranjera de los Omeya, con
sede en Córdoba, con la intención de recobrar la libertad y la independencia
arrebatadas con la invasión árabe del 711. Sus huestes estuvieron formadas por
muladíes (cristianos convertidos al islam) y mozárabes (cristianos).
La rebelión consiguió establecer un reino, con
epicentro en Bobastro (Málaga) y de fronteras variables, que sostuvo su
independencia durante 49 años.
Ibn Hafsún proclamó, en el año 899, el retorno
a la fe cristiana de sus mayores, se bautizó con toda su familia y tomó el
nombre de Samuel, hasta que falleció de muerte natural en el 917. Sus hijos
continuaron la resistencia hasta que capitularon en el 928 y reconocieron la
autoridad del califa Abderrahmán III, que decidió profanar el cadáver de su
odiado enemigo. Así lo relata el cronista árabe Ibn Hayyan:
A exhumar sus restos (de Samuel Ibn Hafsún) de su reciente enterramiento,
donde el maldito cadáver fue descubierto enterrado indudablemente a la usanza
cristiana, pues se le encontró echado sobre la espalda, con los brazos sobre el
pecho, como hacen los cristianos… Abderrahmán III ordenó sacar de su tumba al
perverso cadáver y llevar los malvados e inmundos miembros a Córdoba, para ser
izado en el más alto madero… La orden fue cumplida, alzándose el cuerpo del
maldito (Samuel) en un alto madero, entre dos de sus hijos crucificados
allí anteriormente, aunque su madero era más alto, para amonestación de
espectadores y satisfacción de musulmanes. Los maderos permanecieron allí desde
que llegaron, hasta que se los llevó una crecida del río.
La hija de Samuel, Santa Argentea, fue virgen
y mártir al negarse a renegar de la religión cristiana. Su culto se celebra el
13 de mayo, fecha de su martirio, en el año 931.
Vlad el Empalador, más conocido como Drácula
(1431 – 1476), efectuó ejecuciones masivas por empalamiento, e hizo lo mismo
con los cadáveres de sus enemigos vencidos, que dejaba expuestos a la
intemperie, para escarnio y atemorizar a sus enemigos.
Las profanaciones de cadáveres pueden tener
efectos paralizantes sobre combatientes poco curtidos. Siempre ha sido
tradición militar española no dejar a ningún soldado sobre el campo, y fue el
principal motivo que inspiró a Millán Astray, fundador de la Legión, para
redactar el espíritu de compañerismo de su Credo: con el sagrado juramento
de no abandonar jamás a un hombre en el campo hasta perecer todos.
Estas bárbaras costumbres, a pesar de lo que
pudiera creerse, no han sido desterradas de la perfidia humana, ni siquiera en
la civilizada Europa.
Los revolucionarios de la Revolución Francesa,
en el siglo de la Ilustración, después de decapitar al rey Luis XVIII y a su
mujer María Antonieta, desenterraron los restos cadavéricos de los que habían
sido sus reyes durante más de doce siglos (merovingios, Francisco I, Luis XIV,
etc.), los arrojaron a una fosa común, destrozaron inscripciones, lápidas y
monumentos, muchos de ellos obras de arte de la escultura francesa.
Estas profanaciones sirvieron de modelo a los
bolcheviques de la Revolución Rusa, que después de ejecutar también al zar
Nicolás II, a su mujer e hijos (menores de edad), vaciaron las tumbas de las
criptas de las iglesias ortodoxas y católicas, incluidos los santos, para
arrojarlos en fosas comunes en los cementerios de las respectivas poblaciones.
Las iglesias fueron reconvertidas en museos, discotecas, gimnasios, cocheras,
etc.
Los moros en nuestras campañas en el
Protectorado marroquí (1907 – 1927) acostumbraban a profanar a los muertos con
mutilaciones.
Las revoluciones españolas, de 1934 y 1936,
también siguieron las estelas de las revoluciones francesa y bolchevique, sobre
todo de esta última, que fue su verdadero paradigma. Pues además de los crueles
asesinatos de religiosos y católicos, las iglesias se profanaron, desenterraron
las tumbas de las iglesias (como hay abundantes muestras gráficas), las
incendiaron y saquearon, perdiéndose obras de arte de gran valor artístico,
histórico y económico, que superaron, con mucho, el expolio de los ejércitos
napoleónicos y británicos de nuestra Guerra de la Independencia.
Se puede afirmar, en conclusión, que la
profanación de cadáveres no es una costumbre extinguida, por bárbara que sea,
porque sigue teniendo las mismas finalidades de la guerra de Troya y de los
sanguinarios Abderrahmán III y Drácula: amonestación de espectadores y
satisfacción de seguidores. Siempre son actos de carácter ignominioso y de
venganza contra enemigos, más satisfactorios cuánto más odiados sean.
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