El titular de este artículo conlleva connotaciones positivas obvias pero a su vez también negativas. Para ejemplificarlo basta visualizar que si alguien te comenta “…aún eres joven…” no solo te están etiquetando de joven, sino que esa frase lleva el mensaje intrínseco de que pronto dejarás de serlo.
La extensión del Tíbet Autónomo equivale a casi tres veces la del territorio español, aunque esa parte corresponde tan solo a una de las tres provincias históricas tibetanas. Otra de ellas, Kham, se sitúa actualmente en su mayoría en la provincia china de Sichuan, donde la impresión general por un lado es esperanzadora, ya que sigue teniendo una cultura, misticismo y encanto únicos, pero al mismo tiempo está sufriendo una súbita metamorfosis a causa de numerosos factores que amenazan con destruir para siempre una identidad tan especial como vulnerable.
Tíbet, estado policial
Al entrar en provincias tibetanas lo primero que llama la atención es la desorbitada cantidad de oficiales y patrullas policiales. Se estima que el número de efectivos entre policía y ejército chino en el Tíbet es de uno cada veinte tibetanos. Las ciudades están literalmente tomadas por la policía, con agentes en cada esquina, grupos de soldados armados trotando por las calles e incluso, en ocasiones, oficiales inspeccionando ceremonias y rituales, hecho que supone el principal motivo de discordia para los ciudadanos tibetanos al interpretar que sus creencias y cultura no son respetadas.
A pesar de tratarse de una zona en la que un visitante foráneo puede desplazarse legalmente con su visado chino en vigor, la policía tiene órdenes precisas de detener y retener a cada turista que vea a fin de tener bajo control sus movimientos a través de formularle las preguntas habituales:
“¿De dónde vienes?” “¿A dónde vas?” “¿Dónde vas a dormir?”, ¿Por qué estás aquí?”, e incluso, “¿Te gusta China?”. A menudo, tras responder todas las preguntas, cavilan durante unos segundos y vuelven a realizar exactamente las mismas cuestiones de nuevo una y otra vez para ganar tiempo hasta que llega un oficial con dominio del inglés, habiendo habitualmente tan solo uno por cada condado, por lo que a veces la espera se prolonga durante horas entre que lo localizan y transportan al lugar.
Una joven docente de un colegio de la localidad tibetana de Baiyu, en el límite de Sichuan con la Región Autónoma del Tíbet, que es requerida en ocasiones para colaborar con las autoridades comenta, “
Esta mañana recibí una llamada que decía: Tu Gobierno te necesita. Prepárate, pasaremos a por ti en veinte minutos. Durante la hora que nos desplazábamos al lugar en cuestión, estuve al teléfono recibiendo instrucciones que me instaban a mostrarnos hospitalarios y a hacer ver que todas nuestras acciones son para velar por la seguridad de los visitantes”. Tras preguntarle por qué pensaba que los forasteros podían correr peligro, la chica respondió que “
Los tibetanos no son como tú o como yo, ellos no entienden ni de reglas ni de leyes. Si tienen un problema contigo pueden solucionarlo matándote”. Por último, al preguntar por qué estimaba que era necesaria tanta presencial policial y de habitantes chinos en zonas tibetanas, su respuesta fue tajante:
“Son salvajes. Nos necesitan porque sin nosotros el Tíbet sería un caos y habría violencia y asesinatos todo el tiempo. Además nosotros les educamos y enseñamos modales, algo que deberían agradecer”.
Colonización Han
De los cincuenta y seis grupos étnicos reconocidos en China, han es ampliamente el mayoritario, con una representación por encima del 90% de los ciudadanos chinos totales.
En la actualidad, las principales ciudades tibetanas están siendo literalmente colonizadas por ciudadanos han, dándose incluso casos de
municipios que contaban con tan solo mil habitantes hace menos de cinco años y donde ahora residen por encima de diez mil.
Las villas tibetanas tienen una estética muy marcada, con agrupaciones de casas de madera situadas en laderas de montañas siguiendo una armonía conjunta. No obstante, en los últimos años multinacionales chinas están construyendo a ritmo apresurado bloques de edificios de aspecto comunista que pueblan esas villas relegando a un segundo plano el ahora barrio tibetano. Además, en ocasiones, dichas viviendas son entregadas junto a una importante ayuda económica a ciudadanos Han desempleados como aliciente para que abandonen la China continental y pueblen así aldeas tibetanas.
La convivencia han-tibetana es complicada y compleja, pues son completamente diferentes. A pesar de ello, un hecho que llama la atención es que los negocios regentados por han son frecuentemente visitados por tibetanos, sin embargo esa fórmula no funciona en la otra dirección y es prácticamente imposible para un han alojarse en un hostal o almorzar en un restaurante tutelado por un tibetano. Al preguntar sobre esta observación a un ciudadano chino, su respuesta fue directa:
“Tenemos diferentes formas de ver la vida. Yo no tengo ningún amigo tibetano porque creo que son unos salvajes. Aunque también hay algunos tibetanos buenos”.
A pesar de estos factores, destaca la armonía y avenencia de la comunidad tibetana, que a simple vista no deja entrever ningún atisbo de rencor, aunque si se les muestra algún símbolo chino o se les pregunta al respecto, todos evidencian su rechazo sobre todo a la opresión y desconsideración hacia su comunidad. Otro ciudadano tibetano comentaba, tras abandonar su esposa la habitación en la que estaba siendo entrevistado,
“aunque no lo parezca, a los tibetanos nos crece la rabia por dentro, sobre todo de ver como no se respetan preceptos e ideales que para nosotros lo son todo, lo han sido siempre. Sin embargo, nosotros jamás queremos vernos involucrados en ningún tipo de violencia o disputa, sobre todo que pueda ofender a otra persona. Solo piensa en que en el caso extremo, cuando algunos monjes no aguantan más la opresión, su acto reivindicativo es quemarse a lo Bonzo, una forma en la que mueren de la manera más dolorosa sin dañar a nadie”.
Pocos días después de realizar dicha entrevista, en la localidad de Barkam (situada a 600 kilómetros del borde con el Tíbet Autónomo), un monje se inmoló prendiéndose en llamas en la plaza central de la ciudad como protesta por el despotismo de las autoridades chinas y numerosas vejaciones que estas cometen contra las creencias y formas de vida tibetanas, noticia que era imposible encontrar en los medios chinos. La difusión internacional de este tipo de acciones supone el principal propósito de activistas tibetanos, que en su afán de transmitir el mensaje de desabrimiento encubierto en estas acciones ponen en muy alto riesgo su seguridad y, sobre todo, su libertad. El hecho de exponer los intereses del imperio chino en regiones tibetanas ha empujado a muchos de ellos al exilio, encontrando en el norte de India su principal destino.
La riqueza natural, principal aliciente de China en el Tíbet
Son muchos los intereses del gigante asiático en la región tibetana, aunque
su incentivo primordial es la explotación de recursos naturales. Especialmente al explorar zonas remotas y de montaña, se descubren perforaciones y explotaciones de empresas chinas interesadas en la extracción de mineral, tales como cromo, oro o cobre. Recientemente se ha estimado que los recursos minerales del Tíbet tienen un valor por encima de los 100,000 millones de euros. Además, China encuentra en las montañas tibetanas su principal abastecimiento de arena, logrando así pasar por encima de la crisis mundial que azota a los principales países en desarrollo sin preocuparse por los efectos devastadores que dichas explotaciones tienen para la preservación de la meseta y montañas tibetanas. Para asegurar el máximo aprovechamiento de dichas industrias, a pesar de tratarse de vastos y muy accidentados territorios, se están construyendo gran cantidad de carreteras y puentes que dejarán conectado casi cualquier punto con potencial en territorio tibetano con la China continental.
El desarrollo de dicha red de infraestructuras tiene además otro claro propósito, y es que al desplazarse por las provincias tibetanas bajo control chino, se vislumbran las intenciones del gobierno, que no son otras que
convertir el Tíbet en atracción turística como productiva fuente de ingresos. Este hecho salta a la vista, ya que de otra manera no tendría sentido que mientras actualmente las autoridades tienen un comportamiento tan suspicaz y reticente hacia cualquier foráneo, todos los nuevos carteles que están colocando en ciudades y carreteras incluyen por primera vez indicaciones y nombres de municipios en inglés.
Además, en gran número de lugares sagrados para el budismo tibetano, están en proceso monumentales proyectos de construcción y desarrollo de facilidades para el turismo tales como centros comerciales, resorts y calles peatonales con fines comerciales. Se trata de pequeñas aldeas de viviendas tibetanas situadas alrededor de algún templo especialmente significativo para ellos, donde indudablemente tales faraónicos proyectos movidos por la apetencia voraz de inversores tendrán consecuencias nefastas para la cultura local.
Otro factor que ineludiblemente juega un papel fundamental en los intereses de China en el Tíbet es el poder, y es que al adherir,
colonizar y explotar las provincias tibetanas, la nación china está adquiriendo territorio, patrimonio y adeptos potenciales. Muestra de ello es la predominancia de las enseñanzas de Confucio como referencia en los colegios que el gobierno chino ha erigido en gran parte de las localidades tibetanas donde claramente predomina el budismo como tendencia religiosa y espiritual.
Esta drástica transformación que está sufriendo el Tíbet conlleva consigo una adaptación inevitable de la forma de vida local, arrastrando a su vez amenazas de la civilización actual para las que no están preparados y que no parecen suponer una preocupación para el gobierno chino. La introducción de un modelo que, a pesar de su etiqueta comunista, se basa en el consumo desmedido, ha generado un grave problema medioambiental, pues ese
desarrollo obligado al que ha sido expuesto el Tíbet arrastra cantidades de deshechos y basura que a día de hoy no hay infraestructura ni civismo para gestionar.
SOS medioambiental
En este caso ambas etnias, han y tibetana, comparten responsabilidad por las toneladas de basura que inundan el paisaje tibetano. El problema no es otro que la omisión de consciencia ambiental. Simplemente no es concebido ni ha sido enseñado ese respeto hacia el entorno y ahora que en los últimos años la civilización ha llegado al Tíbet trayendo consigo latas, envoltorios de plástico, paquetes de cigarrillos, etc. ni si quiera hay infraestructura para depositar y gestionar la basura.
Es habitual observar como conductores o pasajeros de vehículos, tras beber un refresco o consumir algún snack, lata o envoltorio son vertidos a la naturaleza sin más. Pañales, ropa, hasta botellas de oxígeno desechables pueden llegar a verse arrojados en plena alta montaña.
Esta supresión de incumbencia por el medioambiente no excluye tampoco a monjes budistas tibetanos, que desechan al igual cualquier desperdicio en el justo lugar que dejan de necesitarlo. El principal Lama instructor de un monasterio de jóvenes monjes parecía más comprometido, por lo que al preguntarle por qué no trataba de aleccionar a sus pupilos para que desarrollaran una consciencia más respetuosa con el medio que les rodea, su respuesta fue que
“se ha intentado en alguna ocasión habilitar unos espacios donde acumular la basura, pero nunca fue recogida, por lo que al final esos lugares se convierten en focos de olores y atracción de animales, así que acaba siendo menos perjudicial y más sencillo que la basura quede desperdigada”.
La percepción mística y cautivadora del Tíbet la conforman de igual manera cultura, tradiciones, religión y un escenario natural único, siendo factores igualmente de relevantes. Así, el hecho de que cada uno de ellos se encuentre en la actualidad seriamente amenazado sitúa a la idiosincrasia tibetana en una situación agonizante empujándola a enviar un grito de auxilio a la comunidad internacional para que se detenga a tiempo su deterioración.
La solución existe y se llama diplomacia
Desemejantemente a la mayoría de problemáticas y conflictos que azotan nuestro tiempo, en este caso ambas partes tienen intereses diferentes; en el caso del gobierno chino, sus motivos han sido analizados en este artículo, no obstante la principal desazón de la comunidad tibetana, aunque dolida porque de toda esa explotación de los recursos naturales de su territorio lo único que reciban sea la devastación de su entorno, radica en la difamación y desprecio hacia sus creencias que resulta ser para ellos infinitamente más que una posición religiosa, pues se trata de
identidad y forma de vida. Para la comunidad tibetana, la disposición de los mapas en los atlas internacionales o el color de la bandera que ondea en los tejados de edificios gubernamentales es casi irrelevante comparado con lo que supondría para ellos ser respetados, algo que por otro lado no excluiría en absoluto que el gobierno chino explotara los recursos naturales y turísticos a su antojo, así como
educara a la población siempre y cuando lo hiciera de una forma sostenible y tolerante con el carácter autóctono.
A pesar de todos los factores y la irremediable presión del desarrollo de la civilización acechando tal extraordinaria cultura, aún hay esperanza de que ambas partes dejen atrás rencillas históricas, orgullos y rencores y logren dialogar para ceder hasta lograr dialécticamente un entendimiento que acabe con la opresión y violencia que tiñen de pesadumbre las cumbres del mundo.
Aún se respira el misticismo milenario que encuentra en la paz extrema su más agresiva expresión de discordia. Aún se podría conservar una cultura basada en el desarrollo humano y divulgación de sabiduría. Aún el Tíbet es Tíbet y aún el Tíbet resiste.
*Para Tercera Información. Más textos del autor en
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