Durante la celebración del Oficio de las Cinco Llagas, concretamente en el Ofertorio, se realizó la bendición del cáliz y la patena que dos hermanos cofrades, D. Juan Clemente Martínez y Dª. Montserrat de Anta Montardit, ofrecieron y donaron al Paso Negro para que formen parte del ajuar de Cristo Yacente en el Santo Sepulcro.
Sendas piezas, de estilo gótico, están realizadas en plata de ley doradas con incrustaciones de rubíes y en su base tres escudos de plata esmaltados que representan el emblema de la cofradía, Constituyen dos verdaderas obras de arte que engrandecerán el patrimonio de esta hermandad, decana de Huércal-Overa.
Han pasado casi veinte años desde que su caravana les llevó a un pueblo del Norte de Almería con un extraño nombre…Huércal-Overa.
Juan y Montse, dos catalanes aficionados a recorrer el mundo con su casa a cuestas, habían recalado en un rinconcito de Almería desconocido para ellos, en el que no tenían familia ni amigos que les pudieran enseñar aquella tierra dura, sufrida, castigada por el sol, pero que ahora parecía brillar con luz propia…era Semana Santa en Huércal-Overa.
Ambos disfrutaron de una tarde de Viernes Santo, perplejos viendo las caras radiantes de felicidad y orgullo de aquellas gentes que portaban insignias en sus solapas, que le acogían y le intentaban explicar, si eso es posible, el sentir de todo un pueblo, la pasión, la rivalidad, el respeto y la devoción que da sentido a la vida de cualquier huercalense, su Semana Santa, lo vivido y por vivir, los recuerdos y la ilusión, entre tambores, cornetas, madera, oro, plata, crucetas y nazarenos apresurados para comenzar….la Procesión.
El cortejo, la seriedad, boquiabiertos contemplaban como la luna hacía brillar banderas y estandartes, madera y alpaca, cuando el corazón de Juan se encogió.
El olor a incienso le embriagaba, un escalofrío recorrió su cuerpo cuando se aproximaba hasta él, un majestuoso féretro de madera tallada en una exuberancia gótica que jamás hubiera podido imaginar, una obra de arte que parecía flotar entre hierba y olor a manzanilla pisada por los horquilleros, una exaltación de la vida y muerte de Cristo, sobre los hombros de sus hijos, que lo portaban con una seriedad, un respeto y una cadencia difícil de explicar, en silencio, hablando sólo con Él.
Como una llamada interior, el reclamo de la verdadera Fe y la pasión por algo tan grande que nunca creyó que pudiera existir, Juan no dudó en buscar tras la procesión al Capataz de ese Trono que le había robado su corazón, el que sería ya para toda la vida su admirado amigo Ginés. Quería…necesitaba... tenía que ser…Horquillero del Santo Entierro de Huércal-Overa.
Así fue, así ha sido y será, porque Juan y Montse, han demostrado que en nuestro pueblo tenemos un tesoro escondido, un secreto, una luz a la que seguimos, a veces sin saber por qué, inmersos en nuestro devenir, que nos hace sentir de una Cofradía sin necesitar una explicación, convencidos de ser más Negros que nadie. Pero ellos no, ellos han sido capaces de oler a Viernes Santo por la tarde, de escuchar el llanto en silencio de la Soledad mientras su Hijo yace muerto entre nosotros.
Juan y Montse nos deben servir de ejemplo para reflexionar y sentirnos orgullosos de ser cofrades, para unir nuestras fuerzas y estar a la altura de lo que ellos han demostrado ser, nuestros HERMANOS.
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